Sep 13, 2006

= Con una fe ciega =



Todas las tardes llegaba a casa de Reina y subíamos a su cuarto. Ahí tenía una gran casa de muñecas que ingeniosamente su papá le había hecho con madera. Jugábamos toda la tarde. Todos los días.

Cada tarde que Reina y yo bajábamos a la cocina a merendar, teníamos que pasar por el cuarto de su abuelita y forzosamente entrar a saludarla. Porque aunque mi abuelita esta cieguita, se da cuenta si alguien pasa y si no la saludas, se entristece. Sabía que esos saludos siempre se convertían en dos horas menos de juego. La abuelita nos obligaba a sentarnos en su cama, para contarnos historias de terror. (Puede ser que eso a Reina le entretuviera mucho, pero a mi me dejaba el miedo metido en la cama toda la noche). Las historias no eran lo impactante. Era esa frase que siempre decía al terminar de contar los trágicos destinos de los protagonistas: ¡Pero un día, un día, ocurrirá un milagro! Lo decía gritando escandalosamente. Con la cabeza hacía arriba y los ojos abiertos. Como si pudiera ver. Como si pudiera ver el cielo atravesando la pared. Reina le acariciaba las largas trenzas blancas intentando tranquilizarla. Porque Reina si podía ver. Sabía que su abuelita me daba miedo. ¡Mándame el milagro, santísimo Padre bendito! ¡mándameloo!! Ya no era necesario despedirnos de ella para ir a merendar. No nos escuchaba. !Te lo imploro gimiendo y llorando en este valle de lágrimas!...

Un día, mientras Reina jalaba el cordón con el que subíamos el elevador de madera y yo sentaba a mi muñeca en la sala de estar, escuchamos fuertes gritos que venían del cuarto de su abuelita. ¡Es un milagrooo! ¡Es un milagrooo! Bajamos corriendo. Cuando llegamos al cuarto, su abuelita estaba parada junto a la cama sosteniendo un libro de cuentos de terror en la mano. Me sorprendió. Porque nunca la había visto de pie. Porque estaba mucho más flaca de lo que las sábanas dejaban ver. Me sorprendió. Porque parecía un cadáver. Por su exagerada palidez. ¡Es un milagro, puedo veeeer! ¡El santísimo padre, con su infinita misericordia y bondad me ha permitido volver a veeer! ¡milagro! ¡milagro! ¡milagro! Reina y su mamá lloraban y gritaban de alegría. Sus hermanos se acercaron a festejar. Yo sentí que era un momento familiar. Me regresé al cuarto de Reina. Subí mi muñeca al elevador. Intenté distraerme pero no pude. Me sorprendió. Porque la abuelita de Reina no veía desde hace más de cuatro años cuando su abuelo murió. Porque los doctores siempre dijeron que no tenía nada. Por su fe y por descubrir que los cuentos de terror que nos contaba, jamás salieron de su imaginación.

4 comments:

Pablo Perro said...

¡Mándame el milagro, santísimo Padre bendito! ¡mándameloo!! !Te lo imploro gimiendo y llorando en este valle de lágrimas!...
Si a ella le jaló, por que a mi no?

Magnífica descripción de la abuela y la casa de muñecas, lo único importante en esta historiita.

moma said...

¡cuestión de tiempo!

Anonymous said...

!Que bueno eso de que la abuela jija todo el tiempo estuvo leyendo los cuentos!

los viejos siempre se inventan enfermedades para llamar la atencion, mi abuelo siempre lo hace con las riumas!

saludos!
roberto

Nefer said...

a lo mejor ya se sabia el libro de memoria jeje